
Uno de los efectos colaterales causados por la pandemia ha sido la virtualidad de las clases educativas. La mayoría de los estudiantes alrededor del mundo han tenido que adaptarse a tomar las clases presenciales de forma virtual, para evitar la propagación del virus.
En el caso de República Dominicana, todas las instituciones educativas han acogido la modalidad de las clases virtuales. Esto ha sido lo más oportuno dada la situación actual… pero definitivamente, no ha sido un proceso sencillo. Entendemos que tanto para los docentes como para los estudiantes, ha sido un reto y aún más para las personas que no están relacionadas del todo con el mundo de la virtualidad. El conocimiento prematuro de las funcionalidades digitales ha dificultado la adopción de una metodología eficiente de dar clases, además de ciertos factores propios del país.
Otros países como Panamá, Argentina o Costa Rica han utilizado la radio, la televisión y el internet como mecanismos para transmitir el aprendizaje.
Uno de los países que mejor se ha adaptado ha sido Uruguay, a través del programa “Ceibal en casa” no solo lograron sostener la educación, sino que entregaron más de 100 mil dispositivos, entre computadoras y tablets, para disminuir la brecha socioeducativa.

En nuestra experiencia personal, la modificación de los horarios, las exposiciones que deben ser pausadas porque la llamada de Zoom llegó a su límite de 40 minutos, el tiempo perdido en las clases porque el maestro se quedó sin energía eléctrica o porque la conexión de internet dejó de funcionar… son algunos de los inconvenientes con los que nos hemos encontrado al navegar en el mundo de las clases virtuales. Sin embargo, en cuanto a la interacción con los docentes durante las clases, creemos que de alguna forma las clases virtuales han fomentado un ambiente tanto de interés como desinterés para los estudiantes.
En algunos casos parece que la virtualidad ha permitido un acercamiento entre los estudiantes y el profesor, debido a que existe un grado de anonimidad que permite aumentar la confianza. Esta misma anonimidad también permite aumentar el desinterés de los estudiantes (y los profesores), debido a que no existe la misma urgencia de estar en una clase presencial con la preocupación de quién vigila y quién no. Otro punto a favor de las clases virtuales es que han sido una forma de ahorrar tiempo, leer más, conocer de qué somos capaces y organizarnos mejor.
A pesar de que existan muchos obstáculos, es importante resaltar que la educación nunca debe de parar, debemos siempre buscar la manera de adaptarnos, de ser resilientes. Que la pandemia que estamos viviendo sea un llamado de atención para todos los ciudadanos, especialmente para nuestros gobernantes, para que los fondos del Estado se inviertan en una educación de calidad, porque sin ella no hay progreso en ningún país.
Andrea Basilis, Yumary Fernández y María Rosa López